LAS MANOS DE UNA MADRE

Aún parece que tengo el contacto de la piel rasposa de tus manos de tanto trabajar. Mis manecillas, se perdían entre las tuyas, pero a las que sujetabas con firmeza y seguridad dirigiéndolas en todo momento por el camino recto. Manos que en más de una ocasión me dieron una torta o sujetaban la zapatilla para intentar darme, cosa que no sucedía. Manos que pacientemente hacían la comida, trabajaban y de vez en cuando alguna caricia se escapaba de la punta de los dedos. Demasiado apego tenia contigo me faltaba el aire cuando llegaba a la casa y no estabas Te necesitaba para seguir viviendo, creé contigo una especie de simbiosis casi enfermiza, totalmente dependiente. Manos que sujetaban tus pequeños pechos para amamantar a Silvia, me quedaba mirando y me decías que si quería. Muchas veces hubiera deseado refugiarme en el calor de tus senos, pero ya veía que era mayor para hacerlo. Manos resolutivas para hacerlo todo, casi rayando el punto de la perfección y de lo divino. Manos que nos abrían el camino y me empujaban para ir quitando esa dependencia y fuera abriendo y trazando el camino de mi propia vida. Ese hilo invisible que las une cuando nos hacemos mayores y no queremos verlo sigue aún haciendo de cordón umbilical a través del inmenso espacio estelar que nos separa.
Mº Luz Gómez

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