A TRAVÉS DE LA VENTANA: TRES GENERACIONES

 

Dirigido a las madres y jóvenes de posguerra.
Observaba por la ventana del cuarto largo que daba las Hafas, las tertulias que se organizaban en la orillas de la acequia, que había junto al molino mientras lavaban, o con los vecinos de los bancales. Era la única vía de escape para esos días de posguerra. Donde los chinches y piojos, vivían en hoteles de 5 estrellas, sus cabezas. El aire fresco del amanecer inundaba el cuarto y lo aspiraba, llenándola de vida. Una juventud enlutada que liada en un grueso chal negro, y a las 12 del medio día, se montaba en la burra,” Nanito” llevando la olla en un puchero a los segadores al tajo. El puchero había estado desde el amanecer, cociéndose al orete de la lumbre. Tanto sudor, tanto velo negro provocaron la caída de sus lindos tirabuzones castaños.
Pasaron los años y formó su familia, pero aquel aroma de olores a trigo recien segado, a hierbas y flores…. que había inhalado en los años de su juventud, se volvió oscuro y sombrío. En la cocina en la que se encontraba, los rayos de sol entraban por los barrotes de la verja de hierro y atravesaban el cristal que estaba protegido por un rústico marco de madera, empezado por la carcoma. El marco estaba sujeto por un pequeño bolo para evitar su caída, pero no evitaba las suyas. Frente a la mesilla pequeña, sentada en una de esas sillas chicas con el asiento recubierto de aneas que colgaban por debajo, también deterioradas por la escasez esos años. Tenía las manos ocultando su bello rostro, quizás para que no la viera, aunque no lograba su fin, pues la niña veía como de esas manos ásperas de tanto trabajo, manos que tanto la cogieron, caían chorros de agua, como un manantial inagotable que iba purificándola del dolor, un dolor amargo que llegaba a su corazón y la niña la acompañaba en esa procesión de lágrimas. Años donde el suelo de la cocina siempre estuvo húmedo y oscuro, casi mohoso. Pero ELLA seguía día tras día, en la soledad, cuidando de todos. Un halo lunar la rodeaba protegiéndote en tu delgadez extrema.
¡Ella no comía lo suficiente, por no disponer de los medios necesarios para alimentar a toda la familia.
Su marido, al igual que tantos otros, emigró al extranjero y ella luchaba sacando adelante su familia. Trabajaba en el campo para alimentar a los animales que había en la casa.
Al otro lado de la ventana, que daba al corral, se oía el aleteo de algunas gallinas subiendo a la gallinera, el resoplido de la mula. Todo indicaba, que llegaba el fin de ese día amargo, y la esperanza de que un nuevo amanecer con su fresco rocio limpiara la amargura de esos momentos
Días interminables de pesado trabajo, con calderos de lata y losa en la cadera y algún niño agarrando a sus faldas. Así podía sentir la protección, y seguridad que solo una madre sabe dar.
Los años pasaban, y todo iba mejorando muy lentamente pero mejorando. Luchó para que parte de sus familia estudiara .Su nieta heredó esos genes guerreros que ahora le han abierto un camino de rosas y por los que camina segura y feliz.
Mª Luz Gómez

DIAS INTERMINABLES

 

Los días de matanza eran insufribles

Hasta cierta edad me pude escapar y no ver todo aquello, pero llegó el día en que me decían” tienes que hacerte una mujer de tu casa” y para ello debía hacer muy bien la matanza “ no sería una mujer de mi casa, hasta que no recibiera la sangre de los marranos” . Llegó el día. Todo comenzaba cuando Mariano abría la barja y comenzaba a sacar sus herramientas con las que iba a sacrificar el marrano. Le introducían un gancho por la nariz. Yo no podía oír los gritos de los marranos como chillaban, dando el último hilo de vida, como lo subían callejón, y el resto de hermanos en el corral chillando a la misma vez. Seguro que se comunicaban con los gritos desgarrados de dolor que salían de sus gargantas. Cuando comenzaba ese genocidio marranil, me escondía en el cuarto mas interior de la cueva y me tapaba los oídos .Uno, dos, hasta tres marranos que se solían matar.
Le ataban una pata con una cuerda y entre varios hombres lo subían a la mesa. Le hincaban un cuchillo en la garganta y comenzaba a salir un chorro rojo de sangre como un manantial desbocado de agua, sangre que caía a un barreño de lata y se movía con una caña para que no se cuajara. Algunas veces me saltaba la sangre a los brazos, tenía un tacto caliente. La vida de esos animales que se le estaba quedando pegada en las manos ensangrentadas de Mariano” el matador” que de vez en cuando retorcía el cuchillo introduciéndolo más adentro, hasta que salía la última gota de sangre, para que la carne quedara de un color blanco rosaceo. Los otros marranos que estaban en el corral, seguían chillando. No podía soportar todo aquello, pero claro,” tenía que hacerme una mujer de mi casa” los días de matanza eran insufribles, un trabajo interminable. y claro tenías que hacerlo todo” como una mujer de tu casa” reunión de mujeres impolutas , demasiado limpias, demasiado perfectas. Y si algo había mal …….., enfin, UNOS DÍAS INTERMINABLLES , donde se olía sobre todo a infinidad de especias. Cuando me mandaban a La solana a coger algo y subías con miedo, tropezaba con aquellos fríos animales abiertos en canal que colgaban de los camales. La carne fría, olor a muerte .Lo único bueno eran los días que se juntaba toda la familia y se le hacía de comer, Aquellas sartenes enormes, llenas de patatas fritas con pimientos, aquel arroz que se hacía por la noche todo con olor a brasa a humo, la caldera siempre puesta en el fuego llena de agua caliente, Todo el día trabajando y guisando para dar de comer a la cuadrilla de hombres que habían matado el marrano, todo el día al servicio de ellos.

Mª Luz Gómez.

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LAS ÁNIMAS BENDITAS Y EL SEXTO SENTIDO

La Conmemoración de los Fieles Difuntos, popularmente llamada Día de Muertos,Día de las Ánimas o Día de los Fieles Difuntos, es una celebración cristiana que tiene lugar el 2 de noviembre
Las ánimas del purgatorio son los espíritus de aquellas personas que estuvieron en nuestro plano terrenal alguna vez, han fallecido y para entrar al cielo deben purificarse, nuestras oraciones por ellas ayudan en dicho proceso, por lo que, en agradecimiento, estás animas suelen cumplir las peticiones de aquellos devotos que han rezado por ellas. Suelen tener alguna deuda o promesa que no cumplieron en vida y andan vagando enforna de energía sin encontrar la total liberación. Para ello se manifiestan o ponen en contacto con algunas personas sobre todo niños, por su gran inocencia y limpieza de espiritud. Son personas que tienen un sexto sentido “ se refiere a la capacidad de intuir (del latín in y tueri= mirar hacia adentro) ciertas circunstancias. … La intuición se percibe independiente de nuestros cinco sentidos y eso por eso que se le llama sexto sentido”.
L as almas del purgatorio necesitan oraciones, Misas, rosarios, sacrificios… Ya que ellas no pueden hacer nada por quitarse tiempo de permanencia en el purgatorio. Somos nosotros, los que aún vivimos en la tierra los que podemos hacer que ese proceso de purificación sea más liviano.
Me dicen que los nacidos el día de las ánimas benditas deben de ir con una vela por un recorrido específico del pueblo alumbrándoles el camino y acompañándolas en la procesión
Contaban que mi bisabuela Eduarda Casado, casada con Pedro Gallardo Vizcaíno se manifestó en diversa ocasiones a mi tío Santiago. Le pidió que mi tía Fica, su nieta, usara un hábito que tenía guardado en el arca y que le dijeran una misa. En eL primer banco debía de sentarse Santiago. Durante la misa según contaba Santiago, Eduarda estuvo sentada en el banco a su lado. Los que estuvieron en la ceremonia cuenta que al finalizar, vieron como una paloma blanca se elevaba desapareciendo.

Mª Luz Gómez

DULCES RECUERDOS

Aún parece que tengo en mis fosas nasales, ese olor dulzón a masas calientes, que nos abrían paso a los sabores inolvidables, y a todo el proceso de elaboración que ello conllevaba, lo que se podía considerar como un arte culinario. Me refiero, a esas reuniones de familias o vecinos, que pasaban días elaborando los dulces de navidad.

Lo que más me gustaba era, ver a mi madre junto al fuego, batiendo en un lebrillo, aquella blanca y viscosa manteca. Meter las manos y estrujarla, y ver cómo salían ríos de manteca, entre los huecos de mis dedos, como un delta de aguas lentas, sin prisa, al desembocar en el mar, me fascinaba.

La blanca manteca iba cayendo como algodonados copos de una gran nevada.

Ver sacar aquel bloc de tapas marrones desgastadas por los años, era todo un misterio. Allí quizás, se encontraba el secreto mejor guardado, las recetas de mis abuelas y vecinas. Recetas que habían sido elaboradas con mucho mimo, y que darían paso a sabores con figuras geométricas inigualables: Los rosquillos de vino y aguardiente, los mantecados del dedo con círculos, hojaldres con formas de rombo o rectángulo,…

A los niños nos daban una pelota de masa, para que las dejáramos tranquilas.

Aquellas galletas, se hacían en la máquina de llenar los embutidos.
Todo se ponía en latas de hierro, en espera de que el horno estuviera a la temperatura adecuada, para comenzar a meter latas.

En un principio, se cocía el pan, y después, cuando la temperatura estaba más baja, se cocían los dulces y se guardaban, en las taquillas o despensas, sin darles el baño de azúcar, en ollas de porcelana roja.

Cuando faltaban pocos días para Navidad se les daba el baño de azúcar. Si lo hacíamos antes, desaparecían por arte de birlibirloque, porque mi hermano, Fernando, era un depredador de rosquillos.

Siempre nos afanábamos en elaborar ricos dulces, como el chapurrao y el chipichurri de membrillo, para después degustarlos en compañía de los seres queridos, frente al fuego o en la mesa camilla, calentada por braseros de picón. En su centro, se colocaba una bandeja redonda de color plateado, adornada con los dulces y a su vera, vasillos de licores inigualables.

Pero lo que más me gustaba era ir a casa de mi tía Lola. Allí compraban unos dulces que iban envueltos, en unos papeles de colores brillantes, que hacían mucho ruido al abrirlos. Lo hacía muy lentamente, como si fuera un proceso algo mágico, la luz se reflejaba en el papel y se hacía más luminosos aún, haciendo que con el movimiento del mantecado que giraba sobre sí mismo, se desprendieran pequeñas estrellas, que iluminaban mis ojos.

Mª Luz Gómez

AYUNTAMIENTO DE BENAMAUREL

La Plaza Mayor de Benamaurel, es uno de los lugares donde se reúnen los vecinos a lo largo del año, para celebrar los días más significativos en el calendario de la localidad.

Aquí se alzan dos edificios importantes, como no podría ser de otra manera, que son: la Iglesia de La Anunciación y el Ayuntamiento de Benamaurel, del que hoy, junto a Mariluz Gómez, daremos unas pinceladas.

La configuración de la Plaza de Mayor de Benamaurel, poco se ha modificado a lo largo de los siglos.

Durante el gran terremoto de Baza, acaecido el 30 de septiembre de 1531, gran parte de Benamaurel quedó desolado. Su fortaleza, la primera iglesia del pueblo, y la mayoría de las casas fueron destruidas por el seísmo. Solo quedaron en pie seis edificios, entre ellos el inmueble donde se asienta actualmente el Ayuntamiento de Benamaurel. Durante la catástrofe perecieron más de 150 vecinos y la villa quedó casi despoblada.

El 31 de Octubre del año 1628, el pueblo compró su “libertad” a Baza. Pero, Benamaurel tuvo que vender, en 1633, sus propiedades al V Duque de Alba, D. Antonio Álvarez de Toledo y Beaumont, debido a las deudas que mantenía con Baza.

El duque de Alba, estableció un gobernador en Huéscar, dos alcaldes ordinarios en Castilléjar, otros dos en Benamaurel, y dos pedáneos en la Puebla de Don Fadrique.

Hasta que en el año 1752 no se hizo el Censo de todas las propiedades del pueblo, conocido como Catastro de la Ensenada, poco más sabemos del devenir histórico del edificio que alberga actualmente el Ayuntamiento de Benamaurel, salvo que fue un antiguo mesón.

En dicho censo figura este inmueble y se describe como una casa de dos plantas :

“Una Casa mesón en esta villa y sitio en la Plaza Mayor, con alto y bajo, linda por Levante, la cárcel y por Poniente, Isidoro Martínez; Norte, la Plaza y Sur, Puerta del Pósito y paga cada año Ciento y ocho Reales”.

Este mesón estaba constituido por una sola vivienda, de planta rectangular con 2 crujías paralelas, siendo la exterior más ancha. Contaba con escalera en la interior, techos de maderos en el interior, y cubierta de teja árabe en el exterior.

Los mesoneros de Benamaurel, al igual que los demás de Granada, tenían que seguir unas estrictas normas, entre las que destacaban, la de poner la tabla de precios cada mes, colocar en la pared las ordenanzas de su oficio, firmadas por la justicia y el escribano del concejo, al comienzo del año.

Se les prohibía acoger en su mesón a delincuentes, rufianes y gente de mal vivir, y tener tabla de juegos. Debían avisar a la justicia de las personas que en su mesón decían blasfemias.

Como, además, los mesones funcionaban como posadas, tenían que estar las camas limpias y tener un jergón, un colchón, dos sábanas, dos almohadas y una frazada o cobertor. También debían tener limpios los pesebres, las caballerizas, los harneros y las cribas, y no podían meter gallinas ni puercos en establos ni caballerizas.

El mesonero tenía la obligación de decir al huésped dónde podía comer o comprar comida para que se la cocinara en el mesón.

Tenían prohibido servir comida los domingos y días de fiesta, antes de misa mayor, salvo si el caminante tenía prisa, y la obligación de que cada habitación tuviese por dentro una cerradura con llave diferente y una aldaba.

Descripción Casa Consistorial de Benamaurel

Antes de terminar la primera mitad del siglo XIX, el antiguo mesón de la Casa de Alba se remodeló. Se construyó un nuevo edificio, de estilo neoclásico, de fábrica de ladrillo formado por cajones rellenos de tapial.

Su interior ha sufrido multitud de transformaciones para adecuarlo a los diferentes usos, por lo que es difícil imaginar su primitiva organización.

La fachada exterior se estructura en dos cuerpos de alzada, diferenciados mediante cornisas, aunque interiormente cuenta con tres plantas.

Los paramentos de las dos plantas, presentan huecos simétricos, a un lado y a otro de la portada. Los de la planta superior disponen de balcones en las ventanas.

El frente principal, está centrado por una interesante portada de dos cuerpos, realizada de cantería, y levantada en 1960.

En el cuerpo inferior, se encuentra la puerta principal de entrada al consistorio, que está precedida por dos pares de columnas de base octogonal, que soportan el “Balcón del Ayuntamiento”.

El cuerpo superior, es de cantería. Se presenta en forma de gran frontón triangular, coronado con pináculos, en cuyo centro se abre un enorme ventanal que da acceso al balcón.

Después de varias reformas a lo largo de todo el siglo XX, es en 1999 cuando se comenzaron las últimas obras, dándole al edificio la impronta que actualmente tiene.

Durante los años 40 del siglo XX, algunas habitaciones del consistorio fueron utilizadas como Escuelas y cárcel.

El edificio nuevo consta de tres plantas:

Tiene una superficie de 720 metros cuadrados.

En la planta baja se ubican los despachos de administración, información, juzgado, policía local y personal técnico.

La segunda planta, cuenta con suelo y paredes de madera. Acoge el despacho del Alcalde, la Sala de Juntas, la Sala de Plenos, y el Salón de Actos.

La tercera planta, que no se ve desde el exterior. Se configuró con una imagen más acorde a nuestros tiempos, donde las maderas y la luz son las protagonistas. Aquí se encuentran el archivo municipal, tres salas para los concejales delegados y otras dependencias destinadas a Asociaciones locales de carácter público.

El Ayuntamiento de Benamaurel, por Mariluz Gómez.
El ayuntamiento de Benamaurel, es un sitio muy apreciado por mí. Allí nos pasábamos los días y partes de las noches de verano, jugando entre sus columnas, las cuales nos servían de escondite.

Siempre que entraba a este impresionante inmueble, lo hacía acompañada por mi madre. Al abrir sus puertas me refugiaba, aún más, en sus faldas.

En la planta inferior, se encontraba Manuel el municipal, que nos saludaba muy amablemente.

Todavía recuerdo y me estremezco, al recordar el gran buitre disecado que había justo antes de llegar a la escalera. Parecía que me vigilaba en todo momento.

Detrás del ave y debajo de la escalera, se encontraba un cuchitril que en un tiempo, no tan pasado, hizo las funciones de cárcel.

En la segunda planta, en cuyas paredes se abrían grandes ventanales, se encontraban los funcionarios, sentados frente a sus mesas rectangulares. Uno de ellos era Juan Manuel, que cada vez que nos veía entrar, se levantaba a saludar. Recordaré que siempre me tiraba un pellizquillo en la cara y me decía -¿Dónde vas cabezoncilla?.

En las dependencias del ayuntamiento, a la izquierda, se encontraba “el Sindicato”, llamado así durante la dictadura de Franco. Posteriormente pasó a llamarse comunidad de regantes.

Juan Manuel y Fernando se encargaban de todo lo referente al campo, el ganado, y a cobrar la guardería (dinero que se pagaba por fanega de tierra, para pagar el sueldo de los 6 guardas).

En las fiestas, los balcones se engalanaban para recibir a Nuestra Señora de la Virgen de la Cabeza. Todos los benamaurelenses aguardan impacientes su salida.

En las noches de los largos y calurosos veranos, la Plaza Mayor, se llenaba de niños que jugábamos hasta altas horas de la madrugada. Parecía un auténtico hormiguero. Estábamos siempre corriendo alrededor de la fuente, inhalando el olor penetrante de los Sampedros, que adornaban sus jardines, con sus flores de diversos colores. Ese olor aun parece estar dentro de mí.
Carlos González y Mariluz Gómez.

La imagen puede contener: casa y exterior

LAS MANOS DE UNA MADRE

Aún parece que tengo el contacto de la piel rasposa de tus manos de tanto trabajar. Mis manecillas, se perdían entre las tuyas, pero a las que sujetabas con firmeza y seguridad dirigiéndolas en todo momento por el camino recto. Manos que en más de una ocasión me dieron una torta o sujetaban la zapatilla para intentar darme, cosa que no sucedía. Manos que pacientemente hacían la comida, trabajaban y de vez en cuando alguna caricia se escapaba de la punta de los dedos. Demasiado apego tenia contigo me faltaba el aire cuando llegaba a la casa y no estabas Te necesitaba para seguir viviendo, creé contigo una especie de simbiosis casi enfermiza, totalmente dependiente. Manos que sujetaban tus pequeños pechos para amamantar a Silvia, me quedaba mirando y me decías que si quería. Muchas veces hubiera deseado refugiarme en el calor de tus senos, pero ya veía que era mayor para hacerlo. Manos resolutivas para hacerlo todo, casi rayando el punto de la perfección y de lo divino. Manos que nos abrían el camino y me empujaban para ir quitando esa dependencia y fuera abriendo y trazando el camino de mi propia vida. Ese hilo invisible que las une cuando nos hacemos mayores y no queremos verlo sigue aún haciendo de cordón umbilical a través del inmenso espacio estelar que nos separa.
Mº Luz Gómez

MIEDOS INFANTILES

Seguramente todos en alguna época de nuestra infancia hemos tenido algún tipo de miedo que se ha adueñado de nosotros y hasta lo hacíamos real.
Cada vez que mi madre nos mandaba a la solana a por algo, al final me tocaba a mí, con eso de que mi madre manda en mi padre, él en mi hermano y así sucesivamente, yo no podía mandar en nadie ya que Silvia era pequeña y yo mandaba en el gato…. Así me tocaba casi siempre subir a por las cosas. Tres pisos y dos tramos de escaleras que se hacían interminables. Recién terminada la matanza me mandaba a por alguna tripa de chorizo para asarla en la lumbre, aquello me suponía un calvario. Subía dando todas las luces que hubiera a mi paso. Una vez en la solana, iba mirando por todos lados y al pasar por debajo de las tripas casi siempre me caía en el cuello alguna gota de agua que se escurría de la tripas, la sensación era muy fría e imaginaba que una bruja con largas uñas me perseguía. Cogía la tripa que algunas veces era solo un trozo de chorizo ya que al tirar con tanta rapidez el resto se quedaba colgado en la cuerda e iniciaba la carrera, chocando con las ristras de pimientos secos que colgaban del techo, que al moverse, las brinzas que tenía en su interior también hacían un ruido indescriptible formando parte del escenario de terror que había en mi interior. Iniciaba la bajada saltándolas escaleras de dos en dos, las uñas me seguían intentando atraparme, cada vez que cerraba una puerta tras de mi me sentía a salvo, pero cuando llegaba al cocina con la lumbre al fondo y toda la familia sentada al fuego y en medio una mesa de esas que llevaban un cajón para guardar el pan y algún plato con algo de embutido. Estaban esperando que llegara para empezar a comer y veían lo que llevaba en la mano, mi madre se enfadaba y me volvía a mandar otra vez para coger el resto de tripa. Sin poder negarme, ni protestar volvía a iniciar de nuevo la subida hacia el calvario con el corazón que se me salía del cuerpo. Esa vez sí que me aseguraba de llevar la tripa entera.
Es asombroso como ha cambiado la educación no podíamos negarnos ni decíamos que no subíamos porque un miedo inmenso se apoderaba de nosotros. No sé si eso sería mejor o peor, pero si hacía que nos hiciéramos más fuetes e independientes, más maduros que los niños de hoy en día.

La imagen puede contener: una persona, exterior
Mª Luz  Gómez.
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SENSACIONES DE VIDA

Recuerdo las horas que pasábamos en el corral, unas veces ayudando a dar de comer a los animales y otras observando. En una de las paredes había una gran anilla donde se ataban las bestias para cargarlas o descargarlas y los martes día de mercado las usaban los parientes de mi madre que venían desde los anejos y allí dejaban sus burras mientras hacían sus compras.
Al corral se accedía por una gran puerta y encima de ella había un gran palo que hacía de marco, cubierto por guitas ( cuerda) y estas a su vez por yeso que en algunos lados ya se había caído y dejaba al descubierto esas cuerdas ya carcomidas y desgastadas por el paso de más de cien años. Al entrar a la derecha siempre había una pila de leña, donde se refugiaban los conejos y debajo de ella, hacían las madrigueras minando casi todo el suelo. Cuando anidaban debajo del pesebre y habían pasado unas dos semanas que ya tenían un poco de pelo, me gustaba tumbarme y retirar el pelo de la madre que los cubría, para acariciarlos. Son sensaciones indescriptibles. Siempre aguarda ese momento con mucha impaciencia, porque antes no se podía ya que decía mi madre que si los acariciábamos antes las conejas aburría las crías. A la izquierda estaba la pila, donde mi madre desgastó media vida lavándonos la ropa, en los inviernos helada de frio y en verano acosada por los picotazos que daban las moscas en las piernas. Mientras yo me entretenía con un palo o granzón que cogía del pesebre de la mula y en las grises y mullidas telas de arañas construidas por varias generaciones entre los huecos de las piedras que formaban las tapias del corral y donde viva una gorda y negra araña aguardando como una vampira a que cayera alguna mosca para chuparle la sangre. Cada vez que salía de su refugio me gustaba darle un poco con el granzón de paja o observar como iba a por la mosca
Al fondo había un váter de agujero al que se subía por unas escaleras y debajo andaban las gallinas esperando a que cayera algo para picarlo.
Teníamos una cabra que cuando la ordeñábamos se volvía y si podía te mordía en el pelo, seguramente le hacía daño, pero ella se defendía muy bien. Solo estaba tranquila cuando le arrimábamos sus hijos para que mamasen, esos vellones suaves de pelo que saltaban con una gracia indescriptible.
Mi recuerdo continúa entrando a la cuadra donde se encontraba la picacera donde mi padre muy pacientemente picaba el esparto para hacer pleita en invierno y encima de ella había algo una madera con un hueco circular para cortar la alfalfa con una hoz y hacer el amasado para los marranos. Cuando criaban las marranas lo más bonito era estar en silencio y ver cómo iban naciendo esas pelotillas rosas. Mi madre con gran habilidad los cogía y les retiraba la parte de placenta que llevaban, soplándole cerca de la boca para que se movieran. Allí permanecía la pobre de la madre con dolores y el resto de hijos mamando desesperados por encontrar su pezón.
Una parte del gran corral la cubría un tenado de gavillas de ramas, sobre el que se posaban las palomas. Servía para que los animales se resguardaran del sol o la lluvia y con sus gavillas se calentaba el horno cuando hacia pan. Aun puedo oler ese olor que revivía a cualquier, las babollas. los bollos de aceite……
En la puerta en un rincón soleado, casi siempre había un cardero de lata con agua para que se calentara y lavarnos, en invierno se ponía al orete de la lumbre. Así iban transcurriendo los interminables días de mi infancia.

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Mª Luz Gómez

PASEANDO ENTRE LOS RECUERDOS DEL EL BARRIO FUERTE

 

Dichosa, debo de considerarme, por haber nacido y criado en un barrio de tan alto linaje. Barrio de duendes, moros y cristianos (príncipes, princesas y caballeros).
Miles de historias cuentan los benamaurelenses desde tiempos remotos. Duendes, en la casa número 5 del Fuerte, que en el cerro testigo, se alza sobre las ruinas del castillo, medieval militar, en unos escasos restos de muros de mampostería, en el borde norte de las Hafas (corte vertical, que está al lado del río Guardal). En el lado noroeste puede verse el arranque de un posible arco, que podría pertenecer a la Fortaleza.
El barrio Fuerte, comienza a partir de la casa de Eutimio, a continuación de la calle Piñar, donde las fachadas de las casas, dejan de ser tan decorativas. El barrio de casas cuevas, bordea las Hafas. La calle divide el Murallón o muralla en dos, en la parte izquierda se encuentra la casa de Trina la del” gallo” donde, de pequeños nos subíamos en la inmensa pompa del horno y pasábamos las horas allí tumbados, como lagartijas al sol, horas marcadas por las campanadas del reloj de la iglesia, al que durante tantos años Pedro Sola Fernández, se encargó de dar cuerda y poner en marcha los engranajes de la maquinaria, que data de 1800. Nos adentramos por el caminillo, sobre los restos de la muralla se encuentra la cueva de Lucas y encima de ella, sobre la hierba y espigas, rodeados de flores amarillas y azules, comíamos los panecicos de “malva sylvestri “y jugábamos a hincarnos las espigas en la ropa. Con la mirada puesta en Almacid Alto, mirada, que en años próximos daría su fruto. Las tardes transcurrían, entre risas y revolcones en la hierba, contrastando con los gritos de dolor y muerte de las batallas, que tuvieron lugar en el Murallón de estos restos de fortaleza, asediada por sus enemigos.
En los carasoles estaban las madres zurciendo, la ya desgastada ropa, o tejiendo los abrigos de lana para el próximo invierno, niños jugando todo el día en la calle. El reloj daba las cuatro campanadas, la hora de la siesta, esperábamos a que se durmieran, nos escapábamos por la solana y bajábamos al río por las cuestas de la Moraleda o la del Gato, a bañarnos en los remanso de la Mansa y Niñas.
Por las noches, todos los vecinos, con sus sillas, se sentaban en las puertas, para tomar el fresco, hablando amigablemente, de cosas cotidianas, de cosechas y del tiempo. Todo transcurría tranquilo y feliz en la calle, pero quizás, detrás de aquellas cortinas, de recia tela verde, con rayas beige en el bajo, cortinas que colgaban de dos alcayatas y se deslizaban por una caña, silenciosamente, no había tanta felicidad, sino más bien, necesidades. Necesidades que se sufragaban con el amor y unión de las familias y vecinos.
En la parte derecha del murallón se encuentran las eras del tío Tinajas, que nos ofrecen una espectacular vista de nuestra vega. Salimos del murallón y seguimos andando por el barrio, bordeando la parte trasera de la iglesia y bajando, donde las casas cueva, se van sucediendo, pegadas unas a otras, con ventanales que caen a las Hafas. Y allí finalizó nuestro paseo, dando comienzo al barrio de la Alhanda.
Cuanto daría por volver un momento a aquellos años, a vivir en el número tres, sentarme en el pollo, calentándome al sol en la siesta, sintiendo el cacareo de las gallinas en el corral, la voz de madre llamándonos, el fresquito de la casa, con sus suelos de jabaluna, las peleas con mis hermanos, sobre todo con Fernando. A sentir la protección de mis padres, que con su cariño, eliminaban todos mis miedos y temores, haciendo que los años se hicieran interminables, casi infinitos, pensando que siempre estarían ahí, con nosotros, pero la infinidad se la llevo un soplo de viento, arrancándolos de mi vera en un momento. Siempre te quedan lamentos, cosas que deberías haber hecho y dicho, y no dijiste…., un simple abrazo, un simple te quiero…..que se quedaron guardados en el desván de los recuerdos, tantas y tantas cosas que quisiera deciros y no puedo, que cada vez que piso el Fuerte, en mi corazón los llevo, como una pesada carga que quisiera liberar y no puedo, no encontrando el momento ni el lugar, por eso, desde aquí, si me estáis escuchando, quisiera decirlos que os quiero.

 

CASAS DE LA CALLE PIÑAR

 

En Benamaurel en la calle Piñar, se encuentran las casas más bonitas y señoriales del pueblo. En 1600 vivían los Piñar una de las familias más adineradas. En 1752 Dª Manuela de Piñar, y el sacristán eran los únicos que se beneficiaban del título de Don, lo que nos hace pensar la importancia de ese apellido. El nombre de la calle está dedicado a esa ilustre familia.
Una de las que más llama mi atención es la que perteneció al médico Don Isaac (La del Capillas) .La puerta principal con relieves labrados en madera destacan la riqueza y finura con que el carpintero trabajó esa madera colocando cuatro pequeñas columnas retorcidas de madera que me hacen recordar al estilo barroco, lo que ya me anuncia que fue una época de esplendor para la familia que vivió allí. En la parte superior tiene un gran llamador de hierro negro, que se oía en los sitios más recónditos de la casa, donde tal vez una vieja mujer con su paso lento y cansado acudía a la llamada, sigo alzando la mirada y las columnas son unidas por dos arcos de medio punto donde las maderas siguen retorciéndose bordeando el arco y uniendo las dos columnas de ambas puertas ,y por último , ya en su parte superior, el decorado finaliza con dos salientes que parecen simular al un frontón del arte neoclásico, de esplendorosos templos griegos. Solo los detalles de la puerta nos anuncian como sería el día a día de sus primeros dueños. La fachada consta de tres pisos. La primera planta tiene tres grandes ventanales, con preciosas rejas negras de hierro recarga de adornos, donde el hierro fue forjando, poco a poco, entre golpe y golpe, con mucho mimo hasta obtener las preciosas rejas. Ya en la segunda planta y separadas por un dintel hecho de yeso se encuentran cuatro balcones con barandas de hierro que correspondería a la zona de dormitorios, donde se accedía por una gran escalinata que partía desde entrada con suelos de un pintoresco colorido.
En la tercera planta se ven otros cuatro balcones iguales a los de la segunda planta, pero de tamaño más pequeño, que corresponden a la zona de las solanas, donde se guardaba el grano de las grandes cosechas y en época de matanzas bajo el techo de palos y cañizo, colgaban los embutidos de varios marranos que alimentaria a la familia el resto del año.

GRACIAS a Carmen Peñalver

Mº Luz Gómez