PASEANDO ENTRE LOS RECUERDOS DEL EL BARRIO FUERTE

 

Dichosa, debo de considerarme, por haber nacido y criado en un barrio de tan alto linaje. Barrio de duendes, moros y cristianos (príncipes, princesas y caballeros).
Miles de historias cuentan los benamaurelenses desde tiempos remotos. Duendes, en la casa número 5 del Fuerte, que en el cerro testigo, se alza sobre las ruinas del castillo, medieval militar, en unos escasos restos de muros de mampostería, en el borde norte de las Hafas (corte vertical, que está al lado del río Guardal). En el lado noroeste puede verse el arranque de un posible arco, que podría pertenecer a la Fortaleza.
El barrio Fuerte, comienza a partir de la casa de Eutimio, a continuación de la calle Piñar, donde las fachadas de las casas, dejan de ser tan decorativas. El barrio de casas cuevas, bordea las Hafas. La calle divide el Murallón o muralla en dos, en la parte izquierda se encuentra la casa de Trina la del” gallo” donde, de pequeños nos subíamos en la inmensa pompa del horno y pasábamos las horas allí tumbados, como lagartijas al sol, horas marcadas por las campanadas del reloj de la iglesia, al que durante tantos años Pedro Sola Fernández, se encargó de dar cuerda y poner en marcha los engranajes de la maquinaria, que data de 1800. Nos adentramos por el caminillo, sobre los restos de la muralla se encuentra la cueva de Lucas y encima de ella, sobre la hierba y espigas, rodeados de flores amarillas y azules, comíamos los panecicos de “malva sylvestri “y jugábamos a hincarnos las espigas en la ropa. Con la mirada puesta en Almacid Alto, mirada, que en años próximos daría su fruto. Las tardes transcurrían, entre risas y revolcones en la hierba, contrastando con los gritos de dolor y muerte de las batallas, que tuvieron lugar en el Murallón de estos restos de fortaleza, asediada por sus enemigos.
En los carasoles estaban las madres zurciendo, la ya desgastada ropa, o tejiendo los abrigos de lana para el próximo invierno, niños jugando todo el día en la calle. El reloj daba las cuatro campanadas, la hora de la siesta, esperábamos a que se durmieran, nos escapábamos por la solana y bajábamos al río por las cuestas de la Moraleda o la del Gato, a bañarnos en los remanso de la Mansa y Niñas.
Por las noches, todos los vecinos, con sus sillas, se sentaban en las puertas, para tomar el fresco, hablando amigablemente, de cosas cotidianas, de cosechas y del tiempo. Todo transcurría tranquilo y feliz en la calle, pero quizás, detrás de aquellas cortinas, de recia tela verde, con rayas beige en el bajo, cortinas que colgaban de dos alcayatas y se deslizaban por una caña, silenciosamente, no había tanta felicidad, sino más bien, necesidades. Necesidades que se sufragaban con el amor y unión de las familias y vecinos.
En la parte derecha del murallón se encuentran las eras del tío Tinajas, que nos ofrecen una espectacular vista de nuestra vega. Salimos del murallón y seguimos andando por el barrio, bordeando la parte trasera de la iglesia y bajando, donde las casas cueva, se van sucediendo, pegadas unas a otras, con ventanales que caen a las Hafas. Y allí finalizó nuestro paseo, dando comienzo al barrio de la Alhanda.
Cuanto daría por volver un momento a aquellos años, a vivir en el número tres, sentarme en el pollo, calentándome al sol en la siesta, sintiendo el cacareo de las gallinas en el corral, la voz de madre llamándonos, el fresquito de la casa, con sus suelos de jabaluna, las peleas con mis hermanos, sobre todo con Fernando. A sentir la protección de mis padres, que con su cariño, eliminaban todos mis miedos y temores, haciendo que los años se hicieran interminables, casi infinitos, pensando que siempre estarían ahí, con nosotros, pero la infinidad se la llevo un soplo de viento, arrancándolos de mi vera en un momento. Siempre te quedan lamentos, cosas que deberías haber hecho y dicho, y no dijiste…., un simple abrazo, un simple te quiero…..que se quedaron guardados en el desván de los recuerdos, tantas y tantas cosas que quisiera deciros y no puedo, que cada vez que piso el Fuerte, en mi corazón los llevo, como una pesada carga que quisiera liberar y no puedo, no encontrando el momento ni el lugar, por eso, desde aquí, si me estáis escuchando, quisiera decirlos que os quiero.

 

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