MIEDOS INFANTILES

Seguramente todos en alguna época de nuestra infancia hemos tenido algún tipo de miedo que se ha adueñado de nosotros y hasta lo hacíamos real.
Cada vez que mi madre nos mandaba a la solana a por algo, al final me tocaba a mí, con eso de que mi madre manda en mi padre, él en mi hermano y así sucesivamente, yo no podía mandar en nadie ya que Silvia era pequeña y yo mandaba en el gato…. Así me tocaba casi siempre subir a por las cosas. Tres pisos y dos tramos de escaleras que se hacían interminables. Recién terminada la matanza me mandaba a por alguna tripa de chorizo para asarla en la lumbre, aquello me suponía un calvario. Subía dando todas las luces que hubiera a mi paso. Una vez en la solana, iba mirando por todos lados y al pasar por debajo de las tripas casi siempre me caía en el cuello alguna gota de agua que se escurría de la tripas, la sensación era muy fría e imaginaba que una bruja con largas uñas me perseguía. Cogía la tripa que algunas veces era solo un trozo de chorizo ya que al tirar con tanta rapidez el resto se quedaba colgado en la cuerda e iniciaba la carrera, chocando con las ristras de pimientos secos que colgaban del techo, que al moverse, las brinzas que tenía en su interior también hacían un ruido indescriptible formando parte del escenario de terror que había en mi interior. Iniciaba la bajada saltándolas escaleras de dos en dos, las uñas me seguían intentando atraparme, cada vez que cerraba una puerta tras de mi me sentía a salvo, pero cuando llegaba al cocina con la lumbre al fondo y toda la familia sentada al fuego y en medio una mesa de esas que llevaban un cajón para guardar el pan y algún plato con algo de embutido. Estaban esperando que llegara para empezar a comer y veían lo que llevaba en la mano, mi madre se enfadaba y me volvía a mandar otra vez para coger el resto de tripa. Sin poder negarme, ni protestar volvía a iniciar de nuevo la subida hacia el calvario con el corazón que se me salía del cuerpo. Esa vez sí que me aseguraba de llevar la tripa entera.
Es asombroso como ha cambiado la educación no podíamos negarnos ni decíamos que no subíamos porque un miedo inmenso se apoderaba de nosotros. No sé si eso sería mejor o peor, pero si hacía que nos hiciéramos más fuetes e independientes, más maduros que los niños de hoy en día.

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Mª Luz  Gómez.
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